8.31.2011

La ciudad de oro y pescado

Los gatos no eran bienvenidos, nadie acostumbraba recogerlos de la calle, siempre prefería la gente comprarlos de una tienda de mascotas, a inflados precios como el estómago del dueño.

Minino había cruzado terrenos peligrosos, hacia la ciudad prometida, la ciudad de oro y pescado le decían. Eran puras patrañas, el oro debía estar bajo el asfalto, porque todo lo que veía era gris, excepto por el sol que miraba desde lo alto. El pequeño Minino sabía que lo primero que debía buscar era comida, el refugio siempre podía ser encontrado en un hueco o un rincón. ¿La ciudad del pescado? Nunca había recorrido tanto trayecto sin siquiera ver una gota de agua, y mucho menos el mar o siquiera un lago, esa ciudad estaba tan árida como lo estaría Marte en su peor momento.

Mientras caminaba, el gato extranjero miraba con extrañeza cada rincón de lo que sería su nuevo hogar, entonces alguien, con un miedo irrefrenable hacia los gatos, le lanzó con saña y premeditación un enorme balde con agua, con la firme intención de lastimarle; el pequeño Minino pareció salir bien librado, pero al saltar para esquivar el proyectil improvisado, chocó de costado contra un parquimetro, pero olvidando el dolor por un momento, salió corriendo del inusitado escenario hacia un callejón en el cuál creyó se encontraría con bien por un momento, para descansar y relajarse un poco en lo que seguía con su búsqueda de alimento.

Estaba oscureciendo y decidido a encontrar comida, subió al techo de un edificio de departamentos, desde el cual disfrutó del anochecer de la gran ciudad, mezclada con los rojos violetas y naranjas del paisaje celeste que en ese momento les era dado.

Oscureció, el día aún no terminaba y Minino no sabía dónde refugiarse de la fría madrugada que amenazaba con llegar en unas horas. Buscando entre callejones, encontró un rincón delicioso donde podría dormir, era su rincón ahora y nadie vendría a quitárselo, o eso creía él.

Un gato anciano se acercó a Minino, era gris y apenas se podía mover con facilidad, cuando el pequeño felino le divisó a una cierta distancia, se acercó a él y le ofreció compartir el lugar donde pensaba dormir.

El gato anciano dijo: "Gracias por ayudarme, parece que aún quedan gatos decentes en éste mundo"

"No es nada" respondió Minino, "ahora dígame ¿tiene un hogar al cuál ir?"

"El mundo es mi hogar, pequeño" replicó. "Sigo pensando que yo soy el más increíble gato habido y por haber, y que, toda palabra mía es digna de respeto"

"¿A qué se refiere exactamente?" Preguntó el felino inocentemente.

"Yo era el gato más famoso de la ciudad, todos me hacían reverencias al verme pasar, incluso había algunos que me alimentaban sólo por el placer de escuchar mis ideas" Dijo con orgullo el anciano. "Primero les decía que todo en éste mundo debía ser dudado, y ¿por qué no hacerlo? somos seres humanos, después me daba cuenta de mi existencia, porque debía existir si estaba pensando, en ese momento me di cuenta que mi cuerpo material era inútil, que mis sentidos fallaban y que, por ende, sólo mi mente no falla, es en ese momento en que dije, éste mundo es perfecto tal cual, no cabe duda que hay un Dios perfecto y que lo ha hecho, y llegando a éste punto..."

El pequeño Minino lentamente se levantó del lugar en el que se había acomodado, y corrió, corrió lo más rápido y lejos que pudo ¿cómo era posible que aún existieran ignorantes de ese calibre? pensaba.

Encontró un buen sitio para dormir debajo de la puerta (trasera) de un restaurante, ahí encontraba la comida necesaria para descansar esa noche y mejor aún, sin locos que sermonearan y se jactaran de cosas increíbles cuando lo único que habían hecho era confundir a la gente. Por fin, después de vaciar su mente de todos esos pensamientos, durmió.

El día siguiente era importante ¡seguía vivo en la gran ciudad después de todo!
Buscando y buscando no encontró un solo lugar donde regalasen pescado como si de aire se tratase, era extraño ¿por qué le habían contado tantas cosas asombrosas de ese lugar, y, hasta ahora, ninguna era cierta?

Caminó todo el día buscando la razón de tantos cuentos, con su estómago satisfecho no podía hacer otra cosa más que buscar. Entre las casas, en los callejones, en los tejados, plazas y estacionamientos, y nada, no encontró nada.

Ya por la noche, se quedó en un tejado que encontró confortable, y se dió cuenta de la realidad, ese lugar era antinatural, no había nada natural, miraba el cielo nocturno y no había nada ¿a dónde se habían ido las estrellas? Fue entonces que se convenció a si mismo, ese no era el lugar del que le habían contado. A la mañana siguiente buscó un camino para salir de esa ciudad, gris como la piedra, y buscar esa ciudad donde las calles eran de oro y había pescados por doquier para comer hasta satisfacerse.